Mundial de Clubes 2025: fatiga, lecciones para 2026 y un escaparate de inversiones millonarias

El Mundial de Clubes 2025 llegó a su fin con una contundente victoria del Chelsea sobre el PSG por 3‑0 en el MetLife Stadium de Nueva Jersey. Más allá del resultado deportivo, el torneo dejó un cúmulo de sensaciones, advertencias y aprendizajes que van mucho más allá del césped. Fue un ensayo general para el Mundial 2026, un escaparate de poder económico y una radiografía precisa de las tensiones que atraviesan el fútbol global.
Uno de los temas más evidentes fue la fatiga física y mental de los jugadores. Con apenas semanas de descanso tras la final de la Champions, equipos como Bayern Múnich, PSG y River Plate presentaron nóminas diezmadas. Las lesiones, como la sufrida por Jamal Musiala, encendieron las alarmas. Sindicatos de futbolistas como FIFPRO han vuelto a exigir una revisión profunda del calendario internacional, advirtiendo que el modelo actual es insostenible.
El torneo también funcionó como un banco de pruebas para Estados Unidos de cara al Mundial 2026. Se evaluaron estadios, flujos de transporte, seguridad y condiciones climáticas. Hubo críticas al estado del césped en algunos recintos y cuellos de botella en el transporte público, especialmente en Nueva Jersey. No obstante, estadios techados como el SoFi Stadium demostraron ser una solución eficiente frente al calor y las lluvias.
En cuanto a lo económico, el Mundial de Clubes se consolidó como un gigante financiero. La FIFA repartió cerca de mil millones de dólares en premios, con más del 70 % destinados a clubes europeos, consolidando la brecha con otras confederaciones. Además, estudios de impacto económico estiman que el torneo generó hasta 47.000 millones de dólares en movimiento comercial, turístico y mediático.
Desde el punto de vista del juego, el torneo mostró una evolución táctica clara. Mayor presión alta, participación activa de los porteros en la salida y un aumento de los goles desde media distancia marcaron la pauta. Entrenadores y analistas como Arsène Wenger y Roberto Martínez destacaron el nivel técnico alcanzado, incluso por equipos fuera del eje europeo.
Sin embargo, la asistencia a los estadios no fue la esperada. A pesar del nivel de los equipos, varios partidos se jugaron con gradas parcialmente vacías. Las dificultades para acceder a los recintos y el alto precio de las entradas fueron señalados como factores principales. La experiencia del fanático, un aspecto clave en el fútbol moderno, deberá ser reevaluada de cara al próximo gran evento.
La presencia de figuras políticas como Donald Trump y Gianni Infantino en los palcos encendió críticas por la creciente politización del fútbol. La convivencia entre deporte y espectáculo fue evidente, con producciones al estilo Super Bowl que, si bien atrajeron atención mediática, dejaron dudas sobre el rumbo institucional de la FIFA.
En paralelo, el torneo mostró su valor como plataforma de inversión. Países de Asia, África y América del Norte aprovecharon el escenario para impulsar academias, patrocinios y alianzas estratégicas con grandes clubes. Fue también una oportunidad para analizar los retos tecnológicos, logísticos y comerciales de organizar eventos globales.
De cara a 2026, el Mundial de Clubes 2025 deja aprendizajes fundamentales: la necesidad de proteger la salud de los jugadores, optimizar la logística de acceso y transporte, equilibrar espectáculo con contenido deportivo, y asegurar que el crecimiento económico del fútbol no se realice a costa de su integridad.
El torneo cerró con una postal nítida: el fútbol es hoy más global, más lucrativo y más exigente que nunca. Y si bien el negocio brilla, el reto será mantener el alma del juego intacta.